Significado y memoria
Temporada #1
Me encuentro leyendo las páginas de una antigua revista que compré allá por 2015. Apenas eran novedad dos cosas, la profundidad espiritual que Dios ofrecía en mi vida y la beatificación de Monseñor Romero —. En El Salvador se reclamaba, de la primera un poco, de la segunda mucho. ¿Qué hacía en ese entonces comprando una revista testimonial, rindiendo tributo a Monseñor? No lo se. Apenas conocía el ecosistema de la época… quería entender, buscaba entender. Me acechaba la curiosidad, las ganas de conciliar con una realidad ajena a la mía. Monseñor había sido reducido a posturas políticas, y yo siendo tan ignorante, pensaba que de eso se trataba todo, su vida misma y la revista que sostenía en mis manos.
Han pasado varios años, las novedades que se enfrentaban en el 2015 son ya realidades vividas. Ambas —sin estar condicionadas la una con la otra—, habían tomado gran relevancia en mi vida. Evidentemente, Dios, cumpliendo su promesa, se había convertido en aquel gran mar en el que busco sumergirme cada vez más, y el testimonio de Monseñor, sinónimo de memoria viva. Ojeo las páginas de la revista y pienso, “estos testimonios solían caminar por nuestra tierra” —ahora, sujetos no solo a su breve vida pero recordados también a través de la palabra escrita. Algunos siguen, otros ya no están— y pensar que por poco estas palabras que me encuentro leyendo pudieron haber sido enterradas sin memoria, sin conocimiento alguno de la verdad.
¿Qué es la verdad de todas formas?
es… dignificante.
“Hablan maravillas de El Salvador” —.
Escucho el comentario helado sobre la piel, y a la misma vez, caliente en el corazón. Siempre ha sido esa realidad, el halago que escucho mientras que en mi interior se retuercen dos imágenes. La primera, la que tanto nos ha enamorado: la de la idiosincrasia salvadoreña tan sencilla y tan perfecta con el sol siempre brillante y un cielo tan azul como el del mar. Sin embargo, ese angélico relato cae al suelo como bloque de cemento cuando me enfrento con una segunda imagen: la de su profundo dolor —el llanto de la pérdida y el sin fin de sangre derramada sin reclamo alguno. En este encuentro de realidades tan polarizante siento el corazón de nuestro polémico santo latir cerca del mío.
“Creo que te entiendo, Monseñor, creo que te siento”. Si no es el mundo del pobre que tanto te enloquecía, era otra cosa, el “sin-sentido” de la vida y de la muerte salvadoreña que tanto pudre el corazón.“¿Qué sentido tenía toda esa tierra desangrada de todas formas?” Yo me lo pregunto, también.
Pasan los días, y consigo, las muertes también. ¿Qué tan pequeña tiene que ser nuestra burbuja para pretender que no nos afecta la realidad? Pequeña, sí. Por veces, tanto, que considero al salvadoreño en demencia. Ante el desgarrador estado natural, me pregunto ¿En qué se transforma el dolor, el miedo y la perdida? Leo para buscar entender, escribo para poder pensar mejor. Nunca antes había deseado comulgar con el innegable pasado de la persona humana —. Nunca antes había sentido el presente pedirme tomar la vida que alguna vez le arrebataron. Y sobretodo, nunca antes había visto en los ojos y las manos de mi tierra tanta dignidad humana.
No es un deseo universal —realmente es todo lo contrario. Es sumamente personal. Yo quiero ser la espectadora, la que se maravilla por la vida humana. Yo quiero encontrarme con el deleite, vivo y radiante, gozandose en las profundidades de nuestro sentir. Llámese alegría, llámese pésame, que alguien por lo menos, en los confines de su intimidad, detenga el tiempo y alze un brindis de memoria y dignidad. Tal vez ese es el acto reparador que, individualmente, estamos tan necesitados.